Somos dos. Cada vez que nos enteramos
del título de tu habitual proyecto sin título nos da un vuelco el
corazón. Ya llevamos así unos cuantos años. Varios. Desde que los
dos tenemos uso de razón. El uso de razón comienza cuando tú nos
haces pensar, reír y llorar con un par de tus frases. Los dos nos
hemos enamorado o nos han dado ganas de enamorarnos cuando acababan
tus películas. Digo mal. Cuando acaban tus películas. Los dos nos
hemos identificado con tantas frases tuyas. Con tantas mujeres,
hombres y viceversa que han dicho tus frases (porque una palabra tuya
se basta por sí sola para dejarnos a todos en evidencia). Ninguno de
los dos nos creemos que seas aburrido, ni que no sepas hacer bien los
dramas. Ni que no hayas hecho ninguna obra maestra. Manda narices,
mentiroso. Ninguno de los dos nos creemos que no te veas ya con Diane
Keaton, o que Mia Farrow sea tan tonta como para dejarte, aunque eso,
lo de que sea tonta, lo pongamos a veces en duda. Los dos te hemos
envidiado muchas veces, como cuando quisimos ser los dos
protagonistas de La rosa púrpura de El Cairo. A mí, desde ese día,
siempre me ha parecido muy interesante traspasar la frontera de la
pantalla de las mentiras. Y no te quepa duda de que hasta que no lo
logre no voy a cejar en el intento (y vivir en B/W, y a ser posible
con subtítulos). A los dos nos pareció mucha verdad lo que dijo
Michael Caine en off sobre Hannah. A los dos nos parece buena idea
escoger un día de buena lluvia para visitar un planetarium, a ser
posible a última hora, y hacernos amigo del conserje, al cual
pedirle apagar las luces y dejarnos un momento a solas y a oscuras.
Pagando, si es necesario. A los dos nos pareció buena idea vestirnos
un día como Annie Hall y tomarnos un preparado en la azotea de un
edificio de Manhattan. Y probar a entrar a alguno de esos
restaurantes. Y probar a ver si se nos ocurrían (esto lo intentamos
cada día, a cualquier hora) más cosas por las que merecería la pena esta vida. Y ponernos a bailar el Chameleon. Y de ser Groucho
Marx para sentirnos orgullosos de ti. Y tratar de no sentir la
desesperanza (o era esperanza) que nos invade cuando encadenas con
esas canciones los títulos de créditos finales y se acaba la
película. Y ser tus canciones. Y tus monólogos. A los dos nos
parece una buena idea tenerte presente cada vez que alguien nos
pregunta cuál es la película que nos pondríamos esta noche. Y a los
dos nos pone cada día más felices ver que nunca vayas a dejar de
estar ahí, que nunca vayas a faltar a nuestra cita. Que nos hagas
cada vez más tú y yo. Que nos ayudes a querernos.
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