DEP
Bueno, pues ya lo habrás visto. Ya habrás averiguado si todo
era un mito, si de verdad había algo, si todo era una patraña, si no había
nada, como tú te temías. O quizá te has llevado una sorpresa y has dicho, “¡coño,
si existes!” y te habrás carcajeado sin mucha malicia ante Él, y le harás dicho que no, que no
es por ti, es que por ahí abajo no las tenía todas conmigo. Y entonces habrás
preguntado si ahí se puede fumar, como si te estuviéramos viendo. Ya puestos. Y
entonces Dios, que todo lo sabe, te habrá preguntado cómo te llamas. Y tú, que
de esto algo sabes, le habrás dicho si estas cosas no las hacía normalmente San
Pedro, y Dios te habrá dicho que sí, pero que hoy es domingo y San Pedro tiene
fiesta. Y tú habrás asentido y habrás dicho “claro” y le habrás dicho que te
llamas Elías, y le habrás dicho a Dios si quiere un cigarrillo. Y él te habrá
dicho “como el profeta”. Y tú habrás dicho “como el profeta”. Y a qué te
dedicabas, habrá inquirido él. Jugaba de delantero. ¿Eres futbolista? Era,
hasta que me cansé de las pelotas. Como le habrás caído bien a Dios (y, esto no
se puede decir, pero es tan real como el cielo y la tierra, Dios fuma y te ha
aceptado el cigarrillo), habrá considerado tus palabras gruesas como pecata
minuta. O, como Dios lo sabe todo, habrá considerado que forman parte de ti
igual que el color blanco de sus vestiduras. Pero de eso hace ya tiempo, lo del
fútbol digo. Y te habrán entrado ganas de preguntarle de qué equipo es Dios, pero
como Dios lo sabe todo, se habrá adelantado y te habrá dicho que del Athletic.
Joder, Su Señoría, ni que lo hubiera elegido a intento. Ya ves, Elías, pero son
cosas que tienen que quedar entre tú y yo. Además, en casa no me dejan ver
mucho los partidos. Para lo que echan, le habrás dicho. Y Dios, resignado,
habrá repetido “para lo que echan”. Y te habrá seguido preguntando y, claro,
habrá llegado el momento en que le hayas tenido que decir que te dedicabas a esto
del cine. Y en ese momento Dios, que estaba anotando en una libreta (la escena te ha recordado
al paciente acostado en un diván ante el psiquiatra) todo cuanto
Él creía necesario y oportuno, se habrá levantado y te habrá confesado que,
además del Athletic, es un fan de Katharine Hepburn. Me encantan sus películas
y… tiene unas piernas divinas, válgame la expresión. ¿Tú haces películas con
ella? Lo siento, Pater, sus películas me encantaban igual que a Usted, pero yo
fui de otra época y otro rollo. Y le habrás soltado la retahíla: La caza, Peppermint
Frappé, Ana y los lobos, Cría Cuervos… Y él habrá insistido: “sí, sí, pero ¿y
con Fred Astaire?” Fred Astaire bailaba como los ángeles, pero a mí me pilló
lejos. Cuando mi nombre salía en los títulos de crédito, el silencio se hacía
en el cine. Yo, Pater y con perdón, acojonaba. De repente Dios habrá adoptado
un rictus serio y habrá recuperado la compostura, carraspeando. Y qué tipo de
películas eran. Algunas de dos rombos, pero nada, tampoco enseñaba mucho. Y
habrás pasado de decirle que lo tuyo era cine con mensaje porque no te apetece
repetir lo de siempre (la censura, Franco, etc, etc). Y le habrás dicho a Dios
si esto va para largo, que si así fuera, te trajera una silla o algo. Te la
traen, como si un ángel la hubiera traído volando porque tú no has visto cómo,
y mientras te encuentres esperando (la cosa efectivamente va para largo y
todavía estará Dios deliberando consigo mismo), le pedirás permiso a para
sentarte a su lado (a su derecha, si no le importa mucho). Tampoco uno se muere
todos los días y la mañana no ha salido mala. Así que te quedas sentado, con
Dios, y miras el paquete. Te das cuenta de que aún te queda un poco más de tabaco.
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