Yo
Soy Lester Young. No soy el Lester Young que todo el mundo
conoce, ese Lester Young que está muerto. Pero yo también me llamo Lester
Young. Y tú, que te llamas también Lady Day, aunque tampoco eres la Lady Day
que todo el mundo conoce y que también se murió. Tú eres Lady Day. My lovely, o my
Darling. Los dos, ya digo, nos morimos casi a la vez, ¿te acuerdas? (¿Pero no
habíamos dicho que no somos esos Lester Young y Lady Day?) Era 1959. Nos fuimos
cada uno por su lado. Y te extraño. Como se extraña una canción que no tienes
metida en el ipad. Ipad. Olías muy bien, eso nunca te lo dije lo suficiente. Lady
Day. Y de la noche también eras mi señora. Señorita. O qué. Si fuéramos en
verdad yo Lester Young y tú Lady Day, tú te pintarías por orden de algún
fascista de betún porque si no no cantarías en su club. Y yo tocaría en otro
club pero en cuanto pudiéramos nos mandaríamos un wasap, oye cuándo acabas
(recordar que no somos esos Lester Young y Lady Day ni estamos en el año 42, por ejemplo. Ni yo mismos sé
dónde estoy ni dónde estás tú, por eso te mando el wasap). Y yo cogería el
metro si ¿hay metro a esas horas? Y nos vemos en el bar. El bar. Y tú me tocas
el saxo, la funda, lo sacas y lo tocas. Y hueles muy bien, eso viene antes de no decirte
que me beses, porque tú y yo nunca nos besamos (Bueno, aquella vez en que
después nos reímos y reprocharnos ese "¿nos hemos besado?" Damn it, Young boy. Young boy). Y tú
pones algo en el jukebox. En realidad ese bar no tiene jukebox en 1942, pero es
que hace falta repetirlo, no estamos per se en 1942 ni tú eres Lady Day ni yo
Lester Young. O sí. Cantas esa canción del jukebox, mejor que quien canta esa canción
del jukebox. Y me dices que la tenemos que grabar con el grupo. El grupo de
1937, que ya no nos vemos ninguno. Qué fue de Buck. Hueles muy bien, pienso,
porque yo soy, repito, yo soy Lester Young. Y no creo que te acuerdes del día
que es hoy, porque tú para eso de los cumpleaños, ya sabes. Hasta me dices que
si es el tuyo, cuando te pregunto si no sabes de quién es hoy el cumpleaños. Lo
dices así, con toda la cara del mundo y una copa de alcohol, que si es mío el
cumpleaños. O sea, el tuyo. “¿Es mío el cumpleaños?”, dices. Estamos en 1942 y
yo te digo que hoy cumplo treinta y tres años. Coño, la edad de Cristo. Eso
dices, Jesus Christ, exclamación. Y ahora eres tú quien me dice my Darling, y
my lovely y my Press. Y te aprietas y yo siento tus tetas y me das un beso. Damn
it, Lady, what have you done (recordar que no somos Lester Young ni Lady Day ni
estamos en 1942. En 1942 no hay ipad ni wasp, pero sí jukebox). Y yo digo eso
pero también te beso. Y digo damn it y más cosas. Porque tú y yo, salvo aquel
beso, no hemos hecho nada, solamente amarnos. Damn it, digo y te beso. Nos besamos.
Nada más que nos besamos. Y dices Jesus Christ mejor que nadie lo haya dicho
nunca, en la vida. Ni Pilatos. Y me llamas Jesus Christ, sin exclamación ahora,
me dices que yo soy tu Jesucristo. Y me quedo pensando en que soy un Jesucristo
negro. Habrá que registrar la patente. Por si eso. Por si un presidente negro,
o así. Y me llamas también Press, porque para ti, me dices, soy el hombre más
importante de los Estados Unidos. Y ahora de la creación, me dice, Jesucristo. Negro,
apuntillo. Y sacas el carmín y escribes una jota en mi frente y sacas el ipad y
me haces una foto. Y una pe también. Y te pones un poco en los labios. Cuando nos
levantamos y nos vamos (dónde nos vamos), queda la marca de tus labios en el
vaso de alcohol.
No hay comentarios:
Publicar un comentario