Coltrane en este blog. No es el fin.
Lo tengo pendiente, en esta especie de redacción virtual en
la que @vidjass en twitter (o jass it up boys en blog, desde hace que nos
conocemos, como hace siete años o así) me dice que escriba sobre algo por aquí.
Y luego me hace RT de mis mandados y yo me derrito. Y ese algo de lo que tenía que escribir hace
una semana, que se me amontonó y no pude, era un recuerdo sobre Dios. Sobre lo
que yo creo que fue lo más parecido a Dios en la tierra. Ahora Dios está en el
cielo y yo lo sé. Dios es Coltrane y viceversa. Pero en este post es así,
Coltrane es Dios. Y viceversa, así en el cielo como en la tierra y tal. Cumplía
años Dios, eterno que lo creíamos. Echo las cuentas y si Dios no se hubiera
muerto en la tierra hoy tendría ochenta y seis años, una semana y un día. Por eso
me mandaba mi jefa virtual (más que jefa, aquí podría decir y bien claro que
más que jefa era compañera, más que eso, amiga, más todavía, mi alma gemela), por eso me decía que escribiera sobre Dios.
Dios tocaba el jazz como los ángeles. Arcángel Gabriel que tocarás
la trompeta en el día del juicio, toma buena nota y entra en el cuarteto de
Dios. Aprenderás un poquito. Si puedes. Oposita. Mientras tanto llega ese día
del juicio (¿2012 finalmente?, abróchense los cinturones), nos ponemos de Dios
hasta las orejas, hasta el punto de que no quedará en la faz de la tierra ni uno solo
de agnósticos siquiera. Ya lo veo, ese día llegará de noche mientras los demás
estarán durmiendo infelices de lo que les espera y tú y yo estaremos en ese
club donde nadie lo sabrá pero habrá como la catarsis definitiva y Dios bajará
de los cielos y nos avisará, estaremos tan pocos que seremos los elegidos para
darle el carpetazo al asunto. Imagina y piénsalo bien: Dios bendito mismo y un
saxo tenor. Tú, yo y dos más. Jam session definitiva, nos quedará París, la
coda final de A love supreme. Lo que te guste de beber y sin pagarlo, lo que te
guste de lo otro y adiós. Llegó el fin. Qué mejor que tú y yo. Ni podíamos
imaginar otro happy ending. Bendecidos y más que alegres. Nos cogemos de la mano, esperamos a que nos
diga Dios (qué final, la verdad, quién mejor que Dios para unirnos en sagrado estado final)
y apaguemos luces, desmontemos el
chiringuito.
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