El violín y su maestro.
Si hubo quien no le quiso poner nunca a los malos tiempos la
cara que solemos poner los demás, ese quien tuvo nombre, apellidos y un violín.
El violín que comenzó a sonar y a dejar de hacerlo siempre de la misma manera.
El violín que hablaba en francés. El violín que hacía sonar la Marseillaise mientras
unas cuantas bombas amenizaban la velada. El violín que mejor conoció al
manouche de Django Reinhardt. El violín que se saltó los cánones y tocó Minor
swing, que en sus manos fue de todo menos menor. El violín del club más hot de
Francia. Y de más que Francia. El violín que enamoró a las generaciones entre
guerras. El violín que hacía el amor. El violín de alguien a quien deberíamos
llamar gentleman si no fuera porque él era todo un Monsieur. El violín que presumía
de ser más francés que la torre de las postales de París. Y que el Sena y que Maurice
Chevalier, al que si miras mal, diríase que su look es más que similar. El violín
que parecía trabajar sin solución de continuidad. El violín sin solución para
los que quedaban por él yonkies enganchados de por vida. El violín del I got
rhythm. El violín del Moonlight in
Vermont. El violín del Stardust. El violín de todos los standards del mundo. Ese
violín que todavía no ha dejado de sonar. Y prepárate porque creo que va a tardar
en hacerlo.
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