lunes, 17 de diciembre de 2012

Let's do it

Let's fall in love

Soy Charles Bukowski. Jamás me leerán como lectura obligatoria en ningún colegio. Ni americano ni de los vuestros. Y claro, luego pasa lo que pasa. Vuelan las balas y las almas, inocentes e inocuas. Y pasa lo que pasa. A mí no me leerán nunca, quizá en el baño del colegio sí, yo soy lectura de primeros humos clandestinos, y sí, eso recuerda otras épocas, como si no hubiéramos dado ningún paso hacia adelante. Aún seguimos ahí. ¿Cómo, que soy inadecuado para ciertas edades? Joder ¿me leyeron los padres de los hijoputas que aprietan el gatillo? No sé, quizá esté hablando demasiado, pero me revuelve contemplar desde mi tumba (sí, aquí sigo y no os creáis nada de lo que cuentan sobre la mejor o peor vida), me revuelve contemplar que no hayais aprendido una mierda, que todavía no haya la suficiente gente para querernos y amarnos como nunca nadie nos ha amado. Y eso, mis queridos mortales, eso es lo que se os ha estado diciendo desde cada una de mis páginas, esos libros que no acaban aunque acaben, cuando tecleo la palabra fin. No tenéis más que fijaros en el espejo, hacedlo y observaos en el espejo. Hacedlo luego, ahora coged un libro, y cuando digo un libro da igual que sea del cretino de Bukowski o de quien os pase por el forro. Ya sabéis a lo que me refiero. Coged un libro, moríos en él, gozad, folláoslo si queréis. Pero no os hagáis más infelices ni mas asesinos ni mas despreciables ni más pobres de espíritu. Y ahora es cuando vais a volver al espejo tras haberos hecho libro, tras haberos casado o divorciado con él. Ahora tú no eres tú, ni yo soy yo sino, mírate bien, qué tú y yo, una vez más, somos el jodido microcosmos que quiere salvar gente. Y si es verdad que todo esto tiene un fin y que este fin está a la puta vuelta de la esquina, cuanto más seamos los que nos miremos en el espejo y lo atravesemos y le digamos chao a los cobardes, en ese momento tú y yo nos daremos por satisfechos porque no habrá más inocentes que llorar y yo no seré más Charles Bukowski, aquí sí que podré levantarme si me dejan y me iré contigo allí donde lo dejamos todo. En ese momento yo habré cumplido mi labor. Y ya podrán poner la palabra fin y nos olvidaremos de los malos y seremos sólo tú y yo y nos perderemos y el resto (hagamos un esfuerzo y creámoslo) se girará y le cogerá de la mano y del libro al que tenga a su lado y le dirá que eres esa página que acaba diciendo te quiero.

martes, 4 de diciembre de 2012

Tú y yo





Somos dos. Cada vez que nos enteramos del título de tu habitual proyecto sin título nos da un vuelco el corazón. Ya llevamos así unos cuantos años. Varios. Desde que los dos tenemos uso de razón. El uso de razón comienza cuando tú nos haces pensar, reír y llorar con un par de tus frases. Los dos nos hemos enamorado o nos han dado ganas de enamorarnos cuando acababan tus películas. Digo mal. Cuando acaban tus películas. Los dos nos hemos identificado con tantas frases tuyas. Con tantas mujeres, hombres y viceversa que han dicho tus frases (porque una palabra tuya se basta por sí sola para dejarnos a todos en evidencia). Ninguno de los dos nos creemos que seas aburrido, ni que no sepas hacer bien los dramas. Ni que no hayas hecho ninguna obra maestra. Manda narices, mentiroso. Ninguno de los dos nos creemos que no te veas ya con Diane Keaton, o que Mia Farrow sea tan tonta como para dejarte, aunque eso, lo de que sea tonta, lo pongamos a veces en duda. Los dos te hemos envidiado muchas veces, como cuando quisimos ser los dos protagonistas de La rosa púrpura de El Cairo. A mí, desde ese día, siempre me ha parecido muy interesante traspasar la frontera de la pantalla de las mentiras. Y no te quepa duda de que hasta que no lo logre no voy a cejar en el intento (y vivir en B/W, y a ser posible con subtítulos). A los dos nos pareció mucha verdad lo que dijo Michael Caine en off sobre Hannah. A los dos nos parece buena idea escoger un día de buena lluvia para visitar un planetarium, a ser posible a última hora, y hacernos amigo del conserje, al cual pedirle apagar las luces y dejarnos un momento a solas y a oscuras. Pagando, si es necesario. A los dos nos pareció buena idea vestirnos un día como Annie Hall y tomarnos un preparado en la azotea de un edificio de Manhattan. Y probar a entrar a alguno de esos restaurantes. Y probar a ver si se nos ocurrían (esto lo intentamos cada día, a cualquier hora) más cosas por las que merecería la pena esta vida. Y ponernos a bailar el Chameleon. Y de ser Groucho Marx para sentirnos orgullosos de ti. Y tratar de no sentir la desesperanza (o era esperanza) que nos invade cuando encadenas con esas canciones los títulos de créditos finales y se acaba la película. Y ser tus canciones. Y tus monólogos. A los dos nos parece una buena idea tenerte presente cada vez que alguien nos pregunta cuál es la película que nos pondríamos esta noche. Y a los dos nos pone cada día más felices ver que nunca vayas a dejar de estar ahí, que nunca vayas a faltar a nuestra cita. Que nos hagas cada vez más tú y yo. Que nos ayudes a querernos.