martes, 28 de junio de 2011

Los amos del cotarro

Monk, Nellie, Trane

Ahí están los dos. La mujer de en medio es Nellie, la mujer de Thelonious Monk, el de la izquierda. El de la derecha es John Coltrane, el creador, más que compositor, de A love supreme, que tenía una mujer que no sale en la foto, pero que se llamaba Alice. Dicen que para empezar con el jazz, mejor hacerlo con el dixieland, con el swing, Louis, Ella, cosas así. No seré yo quien niegue que también empecé con ello, pero es que también empecé a saco con los otros dos, con el de la izquierda y con el de la derecha. Y menos mal. Menos mal que no tardé mucho en escucharlos. No tardé nada y menos aún en quedarme con el ánimo encogido, la piel de punta y los ojos húmedos. Algo parecido a cuando oigo los alternates takes de Coltrane.

Si para mí en el jazz Dios es Coltrane, a su derecha está el que está a la izquierda, al que, por cierto, le pegaría que fuera cucho, o sea zurdo, que igual lo era. No lo sé. La mujer del centro, o sea, Nellie, inspiró al de la izquierda, el posible cucho, o sea, su marido, una de las composiciones más hermosas de la música del siglo XX. Un músico me dijo que prefería más la vertiente compositora que la de pianista de Monk. Qué mejor, me dije yo, que interpretar ese universo monkiano que el propio Monk. No le repliqué nada a mi interlocutor, que también era pianista.

El caso es que llevo tiempo sin alucinar con el comienzo de A love supreme, o de ir a spotify a escuchar el crespúsculo con Nellie. Pero he dado con esta fotografía en la época en que Coltrane aprendió mucho a lado de Monk. Y me imagino que Nellie tendría que ser un ángel para comprender la mente y la personalidad de su marido, que lo tiene a su derecha aunque en la foto salga a la izquierda. Dios, Nellie y el posible cucho en una fotografía en color cuando lo normal era y es verlos habitualmente sin ellos.

miércoles, 22 de junio de 2011

El verdadero sexo del jazz

Imagino un mundo de mujeres. Imagino un mundo de mujeres, como hizo Fellini en La ciudad de las mujeres. Un mundo felliniano donde aquéllas gobernaban sobre nosotros, los hombres. Bien pensado este mundo de mujeres no sería el mundo al revés, si acaso sería el mejor de los mundos. No recuerdo mucho de la película de Fellini, (de hecho ahí está mi 6 en FA). Y como no me acuerdo mucho de lo que pasaba en ella me voy a inventar lo que pasaría en este mi mundo de mujeres.

Sería mi mundo de mujeres. Me ha chocado esta aparente contradicción. Mi mundo de mujeres. Y en este mundo de mujeres se escucharía jazz, mucho jazz, pero no el jazz que todos conocemos. En ese mundo no sonaría Lester Young, ni las canciones de Cole Porter estarían compuestas por Cole Porter. No, en mi mundo de mujeres se escucharía mucho, pero mucho, a Billie Holiday. Las radios no pararían de emitir las canciones de Ella Fitzgerald. Pero lo más importante de todo es que la expresión “los músicos” no existiría. Lo que habría que decir sería “las músicas”, no para hablar de manera general de los diferentes tipos de música, sino a eso, a las músicas, a mujeres con un par que tocarían el saxo tenor, o la trompeta o el contrabajo y la batería. Tocarían símbolos fálicos, de hecho, y eso a ellas les dibujaría una sonrisa de oreja a oreja. Los espectadores que acudiesen a esos conciertos sí, podrían ser hombres, pero encima del escenario sólo se verían largas melenas, recogidos o corte de pelo a lo chic.

Este mundo que me he inventado sobre la marcha existió. A duras penas, pero existió. Porque hubo un par de orquestas o tres que ellas sí, tenían un par y lo que hay que tener para, en un mundo, el del jazz, de predominancia masculina, organizar un grupo de quince o veinte buenas mujeres para tocar esa música que (oh Dios) nació precisamente en locales que regentaban mujeres de reconocida reputación. En los años 30 y 40, justo en la época swing,existió esto:

Es difícil imaginar que exista un mundo de mujeres porque, en definitiva, seamos nosotros los espectadores o no, todos nos necesitamos. Creo que también sucede a la viceversa. Felliniano o no, un mundo de mujeres en el que se escuchase vuestro jazz vendría muy bien para ese ratito en que, efectivamente espectadores de vosotras, nos hace falta veros, oíros (mejor escucharos) y sentiros a manos llenas. Y creo que con las primeras notas que desgranara, solita arriba en el escenario, el piano de la portentosa Mary Lou Williams, nos daríamos por satisfechos por una buena temporada (os cuento, no sabéis lo que sería que en ese mundo de mujeres vosotras nos cantarais en voz baja cualquier canción que viniera al caso, aunque fuera una de Gerswhin, aunque fuera el Cheek to cheek).

martes, 14 de junio de 2011

El mayor premio de la semana

Poster de A las nueve cada noche, Jack Clayton, 1967

La primera película de la historia fue la salida de los obreros de la fábrica Lumière, por eso de que lo tenían cerca. La primera película de verdad fue la llegada del tren a la estación de la Ciotat. Pero creo que no se refiere a eso mi fuente de inspiración cuando me dice que por qué no hablo de la primera película. No recuerdo la primera película que vi. Seguramente no fue en el cine, seguramente tendría algún rombo. Quizá fue en una Sesión de tarde del sábado con la misma sintonía que tenía Sábado noche, pero a esas horas eran más habituales los dos rombos. Y con ello a la cama. La primera película que vi en el cine tampoco la recuerdo. Recuerdo cuando vi en cines de reestreno películas como El jovencito Frankenstein o La Guerra de las galaxias. Multicines Buñuel que ya no existen. Si quisiera quedar bien diría que la primera fue ET, pero sé que no lo es porque antes vi otras, como unas francesas que se llamaban La cabra o Un dromedario en el armario. No creo que fueran las películas típicas de ver un crío que todavía llevaba cortos los pantalones. También recuerdo y haber entendido a la perfección las metáforas y las imágenes de Los dioses deben estar locos, incluida una botella de Coca Cola. Lo que sí recuerdo en que no vi películas en la década de los setenta. Ahí las veía por el televisor. En el VHF. Tendría que saber la lista completa de películas que se programaron por aquellos años, y hay un blog que las recoge, porque habemos gente así de locos para recoger estas cosas por estos medios tan modernos. Así pues, es posible que mis ojos de la primera etapa de la EGB vieran los ojos que si mataran matarían de Bette Davis, o alguna de las películas que hacían aquellos tres de los que sólo hablaban dos. O alguna de Tarzán, que parecía que echaban casi todas las semanas. O quizá fue una del Oeste, que sí daban todas las semanas. Recuerdo una, que sí pude ver en Sábado Cine, que no sería la primera, pero sí que fue la primera que me provocó aquello que provoca el cine, y es creerse una mentira como si fuera la mayor verdad del mundo. Se llamaba A las nueve, cada noche, y en ella salía Mark Lester justo antes de que todo el mundo lo conociese por Oliver antes que por su nombre. Hablo de los años en que quedarse viendo una película hasta las doce de la noche era el premio mayor de la semana. No sé cómo explicarlo, pero, aunque era un crío, por unos momentos que parecía sostenerme en el tiempo y en el espacio mientras que duraba la película. Como si te dieras cuenta de que aquello que estabas viendo se tratase de un mundo prohibido. Lejano, que se hacía por aquellas tierras, de afuera, de no sabía dónde. Aunque muy probablemente al final la primera película que haya visto en mis vida fuera alguna película española. Una película cualquiera que defenestrase el halo a lo mítico de este post. Incluso es posible que no se encuentre entre las 7850 películas que llevo votadas en Filmaffnity.

lunes, 6 de junio de 2011

Cuentos de vino y jazz

No entiendo mucho de vinos, pero mi color favorito sigue siendo el rojo

Hay una foto, y no voy a decir de quién es la foto ni quién es la chica que sale en la foto. Pero un día vi la foto y me inspiró un cuento, un cuento de navidad, un cuento que le mandé a esa chica, que de vez en cuando me regala inspiraciones. En esa foto alguien le hace una foto y esa chica sonríe. Esa chica sonríe porque se va a tomar una copa de vino, una copa de vino que le hace sonreír, le mira a la cámara pero en realidad me mira a mí, y pienso que después de acabarse la copa querrá más, lo veo en su sonrisa, y la persona que le ha hecho esa foto seguirá haciéndole fotos, hay poca luz pero no importa porque lo que verdaderamente importa es la sonrisa de la chica, la chica que sostiene la copa. Hay poca luz porque el restaurante apaga las velas a medianoche y aunque en ese restaurante suena una música horrible de hilo musical (por lo menos no se apunta a la moda de la música chill out, creo que se escribe así), ese restaurante pone cosas que le recuerdan a la chica la sala de espera del dentista, donde quizá le espera una revisión, o una limpieza de boca, y el dentista que le trata verá de nuevo esa sonrisa, porque antes de que esa chica abra la boca le brindará una sonrisa, porque no es lo mismo ver los dientes con la boca abierta que regalándole una sonrisa. El caso es que en la sala de espera del dentista suena una música horrible y en la sala del dentista lo mismo, pero en el restaurante no hay dentistas o eso parece, pero suena la misma música que en la sala del dentista, y a la chica, esa chica que sonreía antes de tomarse la copa, ahora después se le ha terminado de escapar una gotita por la comisura de los labios, una gota roja de ese vino rojo, y esa chica se saca el ipod, lo coloca en posición vertical, sube el volumen, y ahí sigue la persona que le saca las fotos, que deja de hacerle fotos y se acerca junto a ella, aunque a esa persona que le hace las fotos le gusta otro tipo de música, pero da igual porque lo importante es sentarse junto a ella, y la persona que le hace las fotos y que le gusta otro tipo de música le pregunta por el nombre de esa canción. Chelsea bridge, le dice la chica, de Duke Ellington, me suena, le contesta la persona que le hace las fotos, que no sé muy bien si es una chica como ella, o es un chico, porque, aquí entre nosotros, le pega que sea cualquier cosa, un chico o una chica. La chica le pregunta que si le gusta, y la persona que le hace las fotos le responde que no está mal, y ella, después de limpiarse las comisuras, se le queda mirando justo en el momento en que el saxo alto de Johnny Hodges acaba la coda del Chelsea bridge. Entonces ella se sirve otra copa, y la persona que le hace las fotos le hace otra foto, y antes de que la persona que le hace las fotos pregunte, la chica le dice que esta canción se titula Mood indigo, y entonces sí, es cuando sorbe, y la persona que le hace las fotos le hace una foto. Así están, ella bebiendo y la persona que hace fotos haciendo fotos hasta que se acaban las canciones de la orquesta de Duke Ellington. Y cuando, después de un silencio en que vuelve a dominar la horrible música de sala de espera de dentista, por fin la persona que hace las fotos (atención, sigue sin saberse si es chico o chica), por fin se decide a darle un beso, que sabe a vino o a la boquilla de un saxo alto. Es entonces cuando ella busca esa canción en el ipod y suena Billie Holiday cantando One for my baby and one more for the road (pero ella no cree que le pille el guiño) y le dice a la persona que le hace las fotos que por qué no se van a su casa. Todavía me quedan una o dos botellas de vino, dice ella, ¿ francés?, le dice la persona que ya no hace fotos, y varios discos de Charlie Parker, dice ella. No sé quién es Charlie Parker, dice la persona que ya no hará más fotos, porque de ahí en adelante, en casa de la chica de la sonrisa, de las comisuras rojas y de un ipod cargado de jazz, habrá un descanso más que prolongado para las cámaras y para las fotos.

miércoles, 1 de junio de 2011

Canciones que bailan

Las piernas
Dancer in the dark , Dancing in the dark, Puttin' on the Ritz, Make'em laugh, Jet's song, Forty second street, I got rhythm, Fred Astaire y (Rita Hayworth, Ginger Rogers, Judy Garland); Cyd Charisse y (Fred Astaire, Gene Kelly); Gene Kelly y (Fred Astaire, Cyd Charisse); la pierna derecha de Cyd Charisse, la pierna izquierda de Cyd Charisse. Todas las canciones que hablan de amor, de mí, de ti, que se puedan bailar. Todas las canciones, aunque no hablen de amor, que se puedan bailar. Todas las canciones que se puedan bailar y que nunca me atreveré a bailar. Las bandas sonoras de la Metro que bailaban cuando dejaban de cantar. Las canciones crepusculares de los musicales crepusculares. Grease, Moulin Rouge. Chicago. Las piernas de Catherine Zeta-Jones. Chicago años 20, Busby Berkeley. Bob Fosse. Esta foto de Cyd Charisse.