martes, 27 de diciembre de 2011

Bello

Chet en el Club Shalimar, Senigallia, 1987.

Igual te pasa como a Chet Baker, que un día llegó y vio que Italia le gustaba y tanto le gustaba que repitió tantas veces. En los años ochenta la visitaba sin desmayo y hasta justo antes de morir sin saber que iba a morir. Aunque sí sabía que la fecha estaba cerca, lo que no sabía era el día, por eso quizá la visitaba tanto, para morir en el mejor lugar imaginable, si es imaginable la idea de morir en un buen sitio. Hablo de muerte en este post cuando lo menos indicado de hablar de muerte es cuando hablo de Florencia, la plaza de San Marcos o el David de Miguel Ángel. Quizá Sicilia, pero mejor si no mientes la bicha (Corleone es un gran influjo).
Chet sabía dónde llegar con su trompeta. Y por eso en los años cincuenta, cuando huía de sus americanos y se vino a Europa y se pasó por Francia y después por Italia (fue listo, se dejó la gris España), supo dónde estaba lo bueno. Y aprendió a decir buona sera antes de respirar. Y tantas veces que lo diría (lo que no sabemos es si alguna vez dijo buon giorno). Y vio que también en la cuna de la cultura se hacía un hueco a su música, que era lo mismo que decir su vida, y vio que aquello le gustó. Y repitió tantas veces My funny valentine. Y tocó y grabó y vivió y trató de olvidar todo lo que merece ser olvidado. Chet y la piedra, un ser humano más. Y conoció, seguro que la noche le hacía conocer. Y amó y cantó y durmió a la soledad. Y volvió y ya eran los años ochenta y pronto se iba a morir aunque él no supiera dónde, él sabía que sí y por eso quizá fue tanto hasta allí.

Y aunque no se murió allí, quizá tenía un plan y pensaba en los brazos de alguna Giovannetta. Entre sesión y sesión, entre noche y noche, mientras se despedía de Enrico Pieranunzi, que para esas cosas une la vida a los poetas, y se quedaba solo (una vez más) de camino al hotel, pensaba y se olvidaba de todo. Y Giovannetta sí le esperaba y él le enseñaba a tocar la trompeta como cuando Miles y Jeanne Moreau. Sabes, le diría en ingles Chet, que I fall in love too easily, y ella “non capisco“ entre sonrisas italianas. Y también un Tu sei bello.

martes, 20 de diciembre de 2011

En vigilia

Chet Baker cantaba. Junto a Diana Vavra (C) Richard Dumas

Uno de los ejercicios que recomendaría en este último día de otoño con inusitado fervor para irse a la cama y quizá no dormir, consistiría en escuchar lo más de lo más. Da lo mismo si uno va a spotify o echa mano de los medios que el siglo XXI (al final va a ser verdad porque el ipod y el iphone han tardado en llegar) últimamente nos ha facilitado. El ejercicio empieza al darle al play tras buscar esas canciones que conforman el repertorio de lo más de lo más. Ésas que cuando terminan uno dice que rien va plus. A esas horas de la noche. Madrugada. Para algunos albor de la mañana. Una de mis últimas veces (lo intento con muchas pero pocas son las elegidas; hablo de canciones, aunque tanto montaría hablar de vosotras, lo sé, ése es otro tema) me puse el My Funny Valentine, una de esas canciones con bastante capacidad para enganchar. Yo aviso. La versión que será la definitiva a esas horas en que aconsejo el ejercicio la secciona Chet Baker cada vez que acudo a él. Y cada vez que le pincho le sigue preguntando a su chica que si are you smart. En la versión que digo, por una vez la trompeta no dice ni mu. Me imagino a Chet cantando mientras coloca los dedos en los pistones.

La última vez, digo, aseguro, a Dios pongo por testigo, que no me quedaron fuerzas para continuar con más músicas. Parker, nuestra Lady, poquico, poquico. Pero habrá que agradecerle a quien corresponda que Chet Baker no fuera sólo un trompeta más. O lo mismo pero con Louis, cuando le dio por dejar de lado su solo y decir por primera vez, pastoso, Basin Street Blues.

Hoy os dejo un par de deberes para antes de iros a dormir. Cien por cien compatibles.
  
 

lunes, 12 de diciembre de 2011

Waiting for the memories

Judy is waiting

Hay que sumar doce días a los doce que llevamos de diciembre para comenzar a decir merry christmas y happy new year. Antes suena a comercial y a Corte Inglés. Finamente llamado calentar motores. Hasta el 24 de diciembre tras la cena más buena del año no doy inicio al ritual de comer el primer turrón. Sí, lo sé, decidme raro. Tampoco soy de anticipar lo que se llama Christmas Song antes de tiempo. Hasta ahora me parece un mal momento para ponerme este tipo de cosas, hoy que hay que sumar doce días a estos doce. Pero las circunstancias mandan y obligan, más bien sugieren y me piden que hable de jazz y de navidad. ¿Ya llegó la navidad? Las fiestas que celebran hasta los que no creen y hasta la gente mala, que de Mr. Scrooges está llena la vida, tu vida, a que sí.

La vida no es un cuento de navidad, por lo que hay que hacer un esfuerzo y recurrir a los manidos tópicos más típicos del 24 en adelante. Turrón, zambomba (no conozco a nadie que tenga zambombas) y el belén. El árbol, ese invento típicamente americano, el belén, typical spanish, que tienen en sus casas hasta los que no creen o creen no creer. Poca diferencia entre lo que cantamos aquí y lo que nos trajeron los americanos (¿a partir del plan Marshall?). Bueno, sí, que aquí daban mamporros al pequeño tamborilero diciendo que era una obra de arte, aquél que era con una ph en lugar de efe. Allí cantaba Ella Fitzgerald, y Bing Crosby, y Mel Torme, y Louis cuando regresaba a casa (Nueva Orleans) por navidad. Como que sabían lo que se hacían. Ahora la cosa ya es otra. Diana Krall y tal. O ese ser llamado Michael Buble. Ventajistas. Puestos, prefiero imaginar el villancico que nunca cantó Billie. Prefiero que Judy Garland, que (se me acaba de ocurrir) era lo más parecido que hubo en el cine a Billie, me recuerde de nuevo (no lo vemos, pero Judy sigue ahí cada año a la espera de que alguien se acuerde de ella) unas merry little Christmas. Prefiero que gente negra cante navidades blancas. Prefiero que llegue el día 24 para empezar los rituales y acordarme de las dos o tres personas de las que me acuerdo a partir del día de navidad.
A partir de ahí, a volar.

miércoles, 7 de diciembre de 2011

Solitude

Fotograma del cortometraje Lone-illness

Cambia el tema si la cosa la canta Sassy o la canta Louis, da igual Armstrong que Prima. La prima cosa es que el tema en este caso tiene su aquél, y uso su aquél por eufemismo. Esta canción tiene sexo y no se lo otorgan sólo las connotaciones de su título. Porque si la canta Sassy le dice al gigoló que everywhere you go, que suena a todo menos a piropo. Pero si la canta Louis, y da igual el Louis: primero, todos los hombres estamos mintiendo, porque no todos los hombres lo somos (ser un gigoló) y tenemos que acudir a una canción antigua para fingir, cosa que se le daba tradicionalmente mejor a ellas. Puestos a aparentar. No es lo mismo decir everywhere I go. No es lo mismo. No es lo mismo echar en cara (everywhere you go) que echarle cara (everywhere I go, y estar mintiendo). Pagan justos por pecadores porque gigolós los hay, haberlos. Los odiamos por nuestras propias carencias pero al César lo que es del César. Por mucho que pueda molestarnos. Y jodernos.

(Pero ya añadía un hombre llamado Prima: I ain’t got nobody, triste pero muy real reverso de la moneda. Acoto yo, si podéis, ved un corto que habla de soledad, Lone-illness, Virgina Llera, 2011).

Uno prefiere no tener que llegar al engorroso extremo de la última palabra anterior al paréntesis, pero las cosas andan como andan en estos últimos tiempos. Así que, si de fingir se trata, quizá no sea la peor de las opciones decir que everywhere I go. Para lo otro, para que alguien te recuerde que everywhere you go, ya habrá tiempo, para esas cosas siempre hay alguien al que para recordarlo siempre le queda tiempo. Así que everywhere I go. O qué.