lunes, 30 de septiembre de 2013

Rose

Edith y Marlene unidas.

No te culpo si cuando te vayas a esa isla desierta a la cual todos acabamos por ir, te llevas o te metes en la maleta esa canción de Louis que no es de Louis, pero que una vez la tocó la hizo suya, porque parece que estaba hecha para él, cuando en realidad ya sabes que es la canción que el mundo entero sueña que le escriban, y hubo una primera vez que la cantaron, y esa primera vez lo hicieron en el idioma francés y una francesa de ésas que ya no se ven y que volvió locos a los demás partenaires, franceses o no, la inauguró très bien porque esa francesa tenía el indudable charme que hay que tener para que te digan que tienes charme. Quedan al descubierto indudables evidencias en blanco y negro, porque esta mujer (Mujer, empleo la mayúscula) sólo supo vivir en B/N , y ahí quedan esas evidencias, digo, como un beso que Francia y Alemania entera se parecen dar en un momento en que los demás andaban con guerras frías. Ahí quedan pues las evidencias para el que las quiera, yo las quiero, tú las quieres, nos gusta mirar evidencias. De verdad fue esta paz conquistada por un beso entre una Francia y otra Alemania, o entre una Alemania y otra Francia, con la comunión de dos vidas que, ay, ya quisiéramos tú y yo revivir, vivir, en definitiva. Qué dirían hoy de algo así. Amor, love, liebe, amour. Tout rouge entre dos, o mejor dicho, tout rose, la vie en rose ¿por fin sabes lo que esa canción te quiere decir?  

martes, 24 de septiembre de 2013

Siete días

El juego

Cosas que decirte un lunes por la noche. Nótese lo dicho: es lunes por la noche. Así por de pronto se me ocurre ¿preguntarte? si quieres que te cante el My Funny Valentine. Haré de Chet Baker. Un Nocturno de Chopin, pero para eso utilizaremos alguna grabación de Arthur Rubisntein. Más prosaico, hablar de si se están cayendo ya las Autumn Leaves por ahí. Mañana es martes y hay que madrugar. O no. De lo que ya no hay marcha atrás es que la semana está lanzada. Con este "sí, que no" se va el calor que no respeta estaciones que no respetan tradiciones. Hoy hace calor. Mañana el día será como hoy (de nuevo la interrogación) salvo que tú me contestes y nos sintamos menos clichés. No es mala manera (digo lo de cantar como Chet) de iniciar esta misma semana de siempre, la same old story de cada lunes, de cada martes, de cada lo que viene después. Es martes mañana y tengo los dos libros empezados ahí todavía. Y estás tú, eso ya lo sé. ¿Sabes que Chet Baker tiene una canción que se llama I talk to the trees? Quizá sea esa la manera de encarar la situación y mañana cuando sea martes y veas caer las Autumn Leaves (si se caen) le digas algo al señor árbol, hola, qué tal está usted, sin esas hojas de más o de menos que se la han caído a usted, si no es perenne, caducidad programada. Y quizá al árbol, justo en el momento de encogerse de hombros porque no sabrá qué contestar, se le agote la última hoja, ésa que nunca se cae de los 8 errores de Laplace (y venga el operario a intentarlo de todas maneras para que la hoja caiga. Y no cae, y mientras nosotros tratando de desenmascarar los ocho errores de Laplace, impasibles ante tanto afán del operario). ¿Soluciones son? O sólo ideas. Sólo otra manera de encarar la semana. Recuérdese que es martes, recuerda que luego está el miércoles y no te volveré a recordar lo que viene después. El otoño se acabará, no se crean todos, y no nos quedará sino recordar al Autumn in New York. O donde a ti te parezca que sea, pero que lo cante ya sabes tú quién. Sea pues cantarte el lunes de noche o hablar a un árbol a punto de quedarse desnudo, el caso es despedir, si se presta, el mal que nos acecha, este mal de la semana nuestra y eterna.  

miércoles, 18 de septiembre de 2013

I remember Clifford

Brownie. Y la trompeta.

La trompeta de Clifford Brown. ¿Tú conoces la trompeta de Clifford Brown? No la conoces. Bueno, pues la tengo yo. Es un secreto, no lo digas por ahí. Yo tengo la trompeta de Clifford Brown. Un día ya te la sacaré. Cómo la conseguí, no hace falta entrar en detalles. Esas cosas ni se dicen, casi ni se preguntan. Un coleccionista no revela sus fuentes. Aquí la tengo, delante de mí. Quiero tocarla, pero para eso se necesitan dos cosas: una, saber tocar la trompeta; la otra, perder el respeto a Clifford Brown, cosa que ni tú ni yo debemos hacer si queremos seguir teniendo vergüenza. Y tú y yo tenemos vergüenza. Y respeto a los dioses. Clifford Brown, tú sabes quién fue Clifford Brown. Tú y yo lo sabemos. Sabes como yo lo que significa esta trompeta. El día que a Dios le guste el jazz y llegue un día en que Dios se aburra y quiera tocar la trompeta (porque Dios además de saberlo todo, lo sabe hacer todo) y no encuentre la trompeta de Clifford Brown, nos dirá. Que dónde hemos metido la trompeta (porque Dios lo sabe todo, y Dios sabe que nosotros tenemos la trompeta), pero ni tú ni yo diremos palabra. Esa trompeta es nuestra y no hay Dios. Haremos bajar la cabeza a Dios (con interrogante, ¿haremos bajar la cabeza a Dios?). Y entonces nos quedaremos la trompeta de Clifford Brown y: primero, intentaré aprender a tocar la trompeta; y dos, me convencerás de que deje de intentar tocar la trompeta de Clifford Brown. Y tú me dirás: Dios, que es la trompeta de Clifford Brown. Y yo me pondré colorado. Y yo esa noche soñaré que puedo tocar la trompeta de Clifford Brown, que yo soy Clifford Brown, que me he vuelto negro, que sé tocar mi trompeta, que tú me escuchas, que Dios, que está también entre el público (es un club, de Harlem) me escucha, que todos me escuchan, que todos me jalean, que me dicen que soy Dios (y ahí Dios se molesta, pero al final asiente, encogiéndose de hombros. Interrogante, ¿Dios se encoge de hombros?). Y empiezo el break del A night in Tunisia. Y el solo dura, dura muchísimo, tanto como puede durar en un sueño que no tiene ni comienzo ni fin. Algo así. Mucho. Y como es mi sueño, Clifford Brown no se morirá a los 25 años, porque cuando coja el coche la noche que se murió y Clifford Brown en el sueño soy yo, me despertaré, porque sí, como el jazz. Y ya. Yo no puedo morirme en un sueño que sea mío, en un sueño yo he hecho muchas cosas, pero morirme nunca, al menos hasta ahora. Y como duermo abrazado a la trompeta de Clifford Brown, igual que otros duermen con un ojo abierto, al despertarme me vengo abajo porque no sé tocar de otra manera la trompeta de Clifford Brown. Ni soy negro, ni soy Dios ni estoy en un club de Harlem. Claro, que luego te miro y me digo que te tengo a ti y a la trompeta de Clifford Brown.