miércoles, 14 de mayo de 2014

Las piernas y el jazz

Para correr hay que tener buenas piernas, como Annie.

Yo soy más de coger la bicicleta. Si vas en bicicleta no puedes ponerte cascos. O auriculares. Si te los pones, te multan. Te paran y te multan. Yo no veo más que gente que va en bici (llamarles ciclistas es otra cosa) que va escuchando lo que escuchen montados encima de una bicicleta. La ventaja que tiene mi soulmate, que es de las que se han apuntado a la mal llamada moda del runner (cuántos empezarán, y cuántos como ella entienden ya lo que es salir a correr), es que si vas a correr te puedes poner lo que sea, cascos o auriculares, y escuchar lo que sea. Esta música o la de más allá. Como yo no puedo ponerme música porque practico más la bicicleta, lo máximo que puedo hacer es decirle a mi soulmate, que para eso me lo ha mandado, una lista de la música que le valga para ir a correr. Comentada. Música de las nuestras.

El orden podría ser éste. Lo inamovible sería comenzar con uno de estos dos: O comienzas con Herbie Hancock y su Watermelon Man o con Horace Silver y el Home Cookin'. Con eso las ganas de correr no sé si se incrementarán, pero los pies te marcharán, como diría el Cifu, con swing por arrobas. Yo creo, vamos. No te habrás dado cuenta y habrá pasado, cuánto, ¿más de un cuarto de hora? Venga otro piano y por qué no Erroll Garner. Honeysuckle Rose, por ejemplo, te dibujará la sonrisa de paso. Y de repente lo que viene ahora en ese ipod suena a Sarah Vaughan, suena a ese Scat Blues en directo que te hará soltar un poquito más de adrenalina. ¿Te miran envidioso algún runner de los avezados al que acabas de superar? Pues ahora series de cuatrocientos y no encuentro nada mejor que el Ko-Ko de Charlie Parker. Si te falta aire, piensa en lo que respira el pájaro en ese solo interminable. Y si encuentras un instante, recógelo para ti. Puede venir Chet Baker con el I Fall In Love Too Easily si te tomas el respiro ahora. Cualquier Chet Baker. ¿Hay Chet Bakers entre los runners? ¿Y Billies? Aquí hay una, bien jovencita, del año 34; Eleanora Fagan canta por primera vez casi delante de un micrófono y en la sala de control alucinan con el What A Little Moonlight Can Do. Lo tarareas y ahora sí que te observan. Te salen gallos pero a ti, la verdad, te trae sin cuidado. Esto se acerca a la felicidad, si no es ella misma. Porque vuelve Sarah y con su versión, esta versión en directo, del Sassy's Blues, te lamentas de que nadie en cien kilómetros a la redonda sepa quién es Sarah, qué estás escuchando y qué te provoca ese damn it! que te sale del alma. Y es cuando te dices que ya no quieres ser cantante per se, que quieres ser cantante de scat. ¿Queda mucho? Lo que te hayas propuesto para hoy se te hace más llevadero con gente como Stéphane Grappelli y como Django Reinhardt, en quienes piensas casi cogidos de la mano cuando escuchas su Sweet Georgia Brown. Y va quedando poco y es cuando te sale el último vocal de la sesión: el Twisted de Annie Ross que te hace recordar el comienzo en bucle de los créditos de Desmontando a Harry. Y como lo mejor te lo dejas siempre para el final y tú tienes más cojones que nadie te preparas para otra serie de cuatrocientos, la última. Te mentalizas con Duke y su C Jam Blues y para cuando se va acabando el tema, respiras hondo porque viene John Coltrane con, como no podía ser de otra manera, su Countdown. Y aprietas los dientes, estiras los pies, elevas rodillas y tú en ese momento eres un saxo tenor que cuenta lo que te queda para terminar. Por hoy.

Y luego llegas a casa y mientras miras el Runtastic te propones que mañana repetirás lo mismo. Pero igual te lo pones en modo aleatorio.

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