Chet en el Club Shalimar, Senigallia, 1987.
Igual te pasa como a Chet Baker, que un día llegó y vio que Italia le gustaba y tanto le gustaba que repitió tantas veces. En los años ochenta la visitaba sin desmayo y hasta justo antes de morir sin saber que iba a morir. Aunque sí sabía que la fecha estaba cerca, lo que no sabía era el día, por eso quizá la visitaba tanto, para morir en el mejor lugar imaginable, si es imaginable la idea de morir en un buen sitio. Hablo de muerte en este post cuando lo menos indicado de hablar de muerte es cuando hablo de Florencia, la plaza de San Marcos o el David de Miguel Ángel. Quizá Sicilia, pero mejor si no mientes la bicha (Corleone es un gran influjo).
Y aunque no se murió allí, quizá tenía un plan y pensaba en los brazos de alguna Giovannetta. Entre sesión y sesión, entre noche y noche, mientras se despedía de Enrico Pieranunzi, que para esas cosas une la vida a los poetas, y se quedaba solo (una vez más) de camino al hotel, pensaba y se olvidaba de todo. Y Giovannetta sí le esperaba y él le enseñaba a tocar la trompeta como cuando Miles y Jeanne Moreau. Sabes, le diría en ingles Chet, que I fall in love too easily, y ella “non capisco“ entre sonrisas italianas. Y también un Tu sei bello.
4 comentarios:
¿Sabes José? Anoche estaba pensando en un post para Mírame bien. Una de las ideas que tenía en mente era algo con Chet Baker. Pero te me has adelantado, hombre!!
Y está muy bien, eh?
Chet Baker es como el novio que siempre quise tener.
Un beso.
Por favor, ¡escríbelo! Yo llevo dos seguidos con él de protagonista, así que no hay dos sin tres ;)
Y las veces que volverá Chet hasta aquí.
Besos, Zoe.
...bello.
Gracias por tu comentario, Nico!
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