Por supuesto que tiene historia, tiene historia esta foto. Tiene
toda la historia del jazz, toda la historia del mundo. Tiene dos formas de sonrisa, dos formas de
vestir, dos formas de ser negro, que es la misma cuando se trata de tocar (de
sentir) el jazz. Para los que aún no lo sepan, el que escucha (y sonríe, y cómo
sonrió siempre) es un duque. El que le habla un conde. Los dos juntos, ya lo digo,
la historia del jazz.
Si te conoce la gente que sabe quién eres por dos títulos
nobiliarios, vosotros no lo sé, pero yo me sentiría un poquito
responsabilizado. Ellos dos lo sabían y para demostrarlo (maldigo el día y volveré a maldecir en
que las personas que nos hacen sentir más felices se nos van, por eso me
gustaría seguir hablando en presente) sonreían. Y le daban al
piano. Y dirigían las dos organizaciones de jazz band más grandes que han
existido nunca (ni existirán, a no ser que remedes, copies y calques. Lo sé,
hay otras, pero hay que saber sonreír). Me siguen poniendo los pelos como
escarpias recordar sus dos organizaciones, sí, dos familias, a las que podías
volver con las orejas gachas tras un período de hijo pródigo (verdad, Johnny Hodges,
Little Rabbit forever, y el jefe no se inmutaba y te invitó – te lo había
guardado - a sentarte de nuevo en tu sitio). Prácticamente nadie les podía toser. O te postrabas ante
ellos si les nombrabas o te ponías de pie antes de hacerlo. Y luego decías amén.
(Observad la gorra de marinero. Siempre me dije que hay que
tenerlos bien en su sitio para aparecer así antes tus subordinados).
La foto tiene historia y sólo saca una sonrisa y una gorra
de marinero. Una camisa de rayas, otra negra. Yo también veo (¿acaso no los veis?) a
los cuarentaytantos miembros de esa gran familia. Los veo a todos. Se ríen, alguno se
ha ido a tomar el aire en compañía de su homónimo de orquesta ajena. Ese día
las dos organizaciones más importantes de la historia del jazz grababan un disco
que podía sonar todo lo alto que quisieran el que habla y el que escucha y
sonríe. Lo realmente imposible hubiera sido decirlo más claro. Ambas dos
orquestas, la de un conde y la de un duque, se tomaban un descanso. Se iban a
tomar el aire, a escucharse y sonreírse o a quedar esa noche para ver el partido de los
Yankees. Me pido boleto contigo para el día que se saquen de la
chistera de una vez la máquina del tiempo. Me pido hacerme un hueco contigo en
aquella esquina que se ve, que no haremos mucho ruido, lo prometemos (y a la
vez cruzamos los dedos). Está en juego ser testigo, que esa noche se parió de nuevo el
jazz.
2 comentarios:
Nobleza absoluta y alegría constante. El duque y el conde. Juntos producen jácaras reales.
Hay tantas maneras de referirse a estos dos genios...
Gracias por tus palabras, Nico. Un saludo!
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